Las aulas de nuestro país deberían ser laicas. Laicismo no es, por mucho que algunos interesadamente lo confundan con ateísmo, nada más que postularse por la necesidad de que la religión pertenezca al ámbito privado de cada cual. Que la escuela sea laica no va en contra de católicos, agnósticos, musulmanes, evangelistas, budistas o ateos. Que la escuela sea laica va acorde con la necesidad de que los centros educativos se dediquen a su verdadera función: educar. Y la educación no debería entender de credos. La educación es algo más que una visión subjetiva marcada por parámetros que, como he dicho antes, deberían restringirse a otro tipo de contextos. No, ser laico y defender el laicismo en las aulas no es perjudicar a los alumnos. Ser laico y defender el laicismo en nuestros centros educativos es evitar la segregación y reducir, en gran medida, las posibilidades de adoctrinamiento.

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Entre la necesidad de la desaparición de credos que tienen algunos o la necesidad contraria de, convertir toda la vida pública en un acto religioso, hay un amplio margen de maniobra para instaurar el sentido común. Un sentido común alejado de credos y procurando el bien común. ¿Alguien me puede explicar qué relación existe entre profesar un determinado credo -o ninguno- y ser una buena persona? ¿Alguien me explica qué aporta una asignatura de religión o las misas que se dan en determinados centros educativos al crecimiento personal de los alumnos? ¿Realmente es necesario que los centros educativos entren en el juego de religiones buenas y malas? ¿Realmente alguien se plantea que, como he dicho anteriormente, el hecho de profesar una determinada religión hace bueno o malo a un docente, alumno o padre? Yo, al igual que muchos, no creo en dicha relación. No creo en la relación causa-efecto cuando hablamos de religiones. No entiendo la necesidad de introducir ese valor subjetivo en unas aulas que deberían ser lo más democráticas posibles. Y, por desgracia, instaurar una religión -sea la que sea- no es democrático. Menos aún justificar la necesidad de la misma para seguir actuando en espacios donde la libertad ideológica debería ser lo primero.
Quizás mi visión sea utópica. La visión de alguien que quiere que, con independencia de su credo, raza o situación socio económica, pueda sentirse a gusto en todos los centros educativos. La visión de alguien que no quiere que los alumnos deban optar por una religión o por unos valores éticos o morales que parece que se contrapongan. La visión de un docente al que gusta mucho la heterogeneidad y demasiado poco el adoctrinamiento en una sola vertiente. No, repito, no es un ataque a la libertad religiosa de nadie pero sí un canto a un laicismo que, dentro de sus características, está el respeto por todos con independencia de la religión que tengan.